Desperté inmediatamente después de que nuestro coche fuera abatido a tiros. Desperté con la cabeza metida entre los dos asientos delanteros y con la palanca de cambios clavada en el pecho, cerca de la tráquea. Fuera los gritos asustados y los disparos se hacían cada vez más intensos, o quizá creía eso porqué apenas estaba despertando.
—¿Fanny? —murmuré, intentando levantarme.
Nadie respondió, el conductor estaba muerto, múltiples disparos habían perforado su pecho como un queso blando. Ninguna de las doncellas me escuchó, las llamé a todas por sus nombres de pila, pero nada, todas se encontraban inconscientes y varias en posiciones extrañas e imposibles. Con mucha dificultad me arrastré hasta la puerta del copiloto y la abrí, salí a gatas. Entre golpes y empujones pude levantarme, quince metros más adelante la limusina blanca proyectaba humo al cielo, sus llantas aún giraban, pero en una posición totalmente incorrecta.
—¡Majestad! —grité a todo pulmón, tratando de hacerme oír.
La gran cantidad de personas me hacía imposible avanzar, tuve que sujetarme del coche para no caer y morir pisoteada. Ahí fue cuando me invadió el terror, alguien tan frágil como Emma no lograría salir, ¿y sí estaba muerta? ¿Si la bomba lanzada contra ellos dio de lleno y la mató? Desesperada subí al techo del coche en busca de un mejor punto de visión. Nada, la ropa excéntrica de la Princesa ni el traje negro de su hermano eran vistos por mi excelente vista.
—¡Kohana! —la voz de Fanny llegó clara a pesar del bullicio.
Bajé de un salto y me asomé dentro. Fanny me devolvió la mirada, su expresión asustada se suavizó, tragó saliva y una lágrima se derramó de su ojo izquierdo. A su lado descansaba Perla, su costado sangraba y un agujero de bala había perforado justo el centro de su pecho, estaba pálida.
—Está muerta—dijo con la voz rota—, mi hermana está muerta.
Y todas las demás, estuve a punto de agregar. Parpadeé en un intento por contener mis lágrimas, no tenía palabras para ella, lo único que hice fue tenderle la mano y ayudarla a salir. No opuso resistencia, Fanny sabía que teníamos que alejarnos de ahí lo antes posible.
Era buena en mi trabajo, desde que llegué a trabajar con la familia de Emma, decidí ser parte del Servicio Secreto; mucho antes que ser su doncella y dama de compañía, mi verdadero trabajo como agente era su seguridad. Y era buena en ello, bastante para analizar en un segundo la calle más cercana y encontrar una ruta accesible para nosotras, difícil de identificar a simple vista. Corrimos, más bien, yo corrí llevando de la mano a mi compañera; su llanto mal contenido demostraba que ella sola no podría seguirme el paso. La ruta era una separación entre dos edificios de no más de medio metro, demasiado pequeña para ser considerada callejón, además de no tener salida. O eso creí hasta que mi mirada se encontró con una silueta a pocos metros, me detuve y Fanny conmigo. Sin forma de que la luz lo iluminara, la persona no era más que una sombra incluso a mis ojos.
—¿Lo viste entrar? —susurró Fanny por lo bajo, pegándose a mi costado.
Negué y di un paso adelante. La persona no se movía, por su postura intuí que nos daba la espalda. Sin quitarle los ojos de encima busqué el arma bajo mi vestido, por fortuna seguía ahí. No vacilé en apuntarle después de cargarla.
—¡Oye, tú! —lo llamé.
La persona volteó ligeramente el rostro, reaccionando a mi voz. Tenía un hombro apoyado contra la pared, sin embargo, al oírme comenzó a darse la vuelta con dificultad, con una mano haciendo presión en el costado izquierdo. Enseguida supe que algo no andaba bien.
—Si estás herido, quédate quieto—ordené guardando el arma.
No me hizo caso y siguió girando en nuestra dirección. Fanny acercó los labios a mi oído y susurró:
—Míralo. Luce como el...
No terminó de hablar, otra voz la interrumpió, una voz autoritaria y varonil.
—¿Tú me das órdenes? No eres más que una mujer a mi servicio.
Di un paso vacilante. Fanny exhaló, asustada y aliviada a partes iguales.
—¿Príncipe Gian?
Bufó.
—Cállate y ven a ayudarme.
1. Prologue